lunes, 4 de junio de 2012

Pescados y otras experiencias


La pesca era la actividad favorita del Abuelo. Se levantaba a las 4AM y su fiel Panchito le esperaba en la puerta, sacaban el Jeep Willis gris del 88, y salian con la parte trasera llena de redes. Encontraban a Don Alfonso en Santo Tomás, el señor que cuidaba el bote, y con un grito particular el abuelo le avisaba su presencia (me aprendí esa forma de llamarlo como un lorito para ese entonces). Pasaban todo el día y la noche en vela de un buen pescado, pero cometiendo un crimen por partes: Usaban dinamita para obtener la mayor cantidad de presas posible. No demoraban mucho, obtenian mayor cantidad pero causaban un daño.

Una noche, el abuelo en casa adorado y mimado como siempre, se recostó a dormir un poco. Su sueño se vió aterrador cuando en un instante soñó que un gran pez negro se lo devoraba y en sus entrañas, éste tenía todos los cartuchos de dinamita que eran lanzados al rio, y explotaba y mi abuelo moría en sueños. Los dientes del pex extraño eran aterradores, amarillos y filudos. Por dentro su carne roja y a temperaturas elevadas se parecían al mismo infierno, caliente, mal oliente, oscuro y tenebroso. En un instante, el abuelo volvió a despertarse. Lloró como nunca lo habia visto hacerlo. Pidió perdón a Dios por lo que había estado haciendo, entre lágrimas nos abrazó y nos hizo jurar que jamás hiciéramos lo mismo. No solo era el susto de un mal sueño, era la conciencia con la que nos educaría el resto de nuestras vidas: Conciencia bosquesina, amazónica, sostenible y responsable. El error que cometió, no volvió a cometer. Llevaba las redes y esperaba más aún, o quizás ayudado con un anzuelo. Pescó mucho más que antes, y por el camino venía dando a la gente de la comunidad algunos peces para la comida, me enseñó a compartir. Cuando llegaba a casa, lo primero que hacía es enseñarme paso por paso cuales eran las especies que había pescado, yo alegre las arreglaba para que sean cocinadas. Mis favoritas eran las Palometas y los Sábalos. Aún recuerdo el olor de esas mañanas, el abuelo hizo bien.

Luego de años, la edad pasó factura y le dijo que era hora de desplazarse menos. Vendió el bote y toda una era murió con ese gigante de aluminio. Aún quedan las fotos y las innumerables historias de una selva fantástica que he amado desde la primera vez que vi al abuelo levantarse muy temprano para ir a conocerla. Mi abuelo ama tanto este lugar que si algún día muere, quiere que esta tierra sea aquella en donde él vuelva a formar parte: Aquí quiere ser enterrado.

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