“Somos quien somos y es
Cosa vista
por dentro lo que fuimos”
Hombre de las mil caras, de las cuales solo cinco o quizá
más fueron conocidas para el velo descubierto del mundo frígido, tenso, al que
llamamos real. Sabías perfectamente la hora de tu deceso, tanto que ni siquiera
te tomaste la molestia de escribir alguna reunión o un café en tu agenda: las
estrellas ya te habían dicho que no llegarías a ver el sol.
Te tomaste la molestia de ser mil seres humanos en uno solo,
o quizás en ninguno: Eras intuitivo, desosegado, melancólico, futurista hasta
poeta que no hace poesía o que le cuesta admitir lo que hace. Te rehusaste a
usar una silla para escribir, creías en las almas activas en un mundo de
sombras y misterios; tanto que cada vez que mencionaban tu nombre,
redundantemente preguntaban: “¿Quién?”.
En tus mil maneras y formas, desnudaste el alma del ser
humano de tal forma que nadie se escapa de ninguna de tus palabras, todas ellas
nos sujetan a piedras en los talones, y mismas tus palabras nos dejan sin
caminar. A la vez te escondiste por mucho tiempo del mundo: querías ser un
extraño. Fantasma viviente, vida de niebla, misterioso, trotamundos pero en
ninguna parte. Habías leído las cartas de los que en esta generación buscamos
formas para hacer lo mismo: desaparecer, dejando huellas aquí y allá.
Al mundo dejaste tus proyectos secretos, y tu secta de
“máscaras” o “personas” que al final eras tú mismo, de diferentes colores y
formas de pensar pero siendo los mismos en esencia, en astro, en virtudes y
algún rasgo casi invisible pero notable. Los únicos sonidos que mi mente desea
escuchar a leerte son aquellos de misterio, de un universo multi-partito pero eurocéntrico,
o con el centro en alguna parte. Te hago mío, a ti y a tus miles, para
desaparecer entre la niebla y sentir que tu misión se ha completado. Estás
riendo con frialdad en el otro extremo de la vida, al que pasamos todos al
descansar, o en tus hojas donde aún siento tus latidos fríos, misteriosos y
extraños.